El Machete

Toc toc… saludos…

El primer machete que conocí fue el representado en una de las 54 cartas de la lotería mexicana. Acompañadas de 16 tablas de lotería y para llevar el registro usaba frijoles que colocaba tan pronto escuchaba el nombre de la carta y si tenía suerte, gritaba ¡lotería!

            Poco después conocí un machete real, cuando en el año de 1981 tuve que chaponear para limpiar terrenos de maleza. Eso sí, al principio me salieron muchas ampollas por aprender a usarlo y la falta de costumbre.

            A mis 16 años fui con unos amigos a uno de tantos bares de Garibaldi. Recuerdo que estábamos ocho personas en una mesa y de repente se acercó una chica para pedirme que le regalara un cigarro. Ni tarde ni perezoso le encendí el cigarro que le ofrecí; cuando de repente uno de los clientes ya medio tomado, me grito: ¡Qué traes con mi novia! A la vez que sacó (no sé, de dónde) un sendo machete. En esos momentos me quedé paralizado, mis amigos me auxiliaron y los meseros calmaron al susodicho y a todos nos sacaron del bar. El gusto por el cigarro solamente me duró unos días y a la fecha no lo soporto.

            En otra ocasión, estaba sentado sobre una piedra disfrutando mi comida del segundo rancho en la hermosa tierra del estado de Chiapas. Mi compañero sentado a un lado comenzó a burlarse de otro que venía con las manos ocupadas con sus platos de campaña repletos de comida y su vaso con una horrible agua preparada de Kool-Aid; este último no se aguantó la broma y aventó todo lo que traía en sus manos. De repente, desenfundó su machete y (lo bueno que fue de canto) que se lo sorraja en la cara al burlón y a mí me paso rosando la nariz. Enojado le gritó: ¡párate, que ahorita mismo nos vamos a matar! El que se levantó fui yo para calmarlo, ya que el compañero se quedó petrificado y se puso pálido. Lo bueno es que no pasó a mayores. 

            Otra más de machetes. El 16 de septiembre de 1999 cuando estaba por graduarme de ingeniero me tocó desfilar disfrazado de Zacapuaxtla. Recuerdo muy bien que llegamos un contingente de 30 seudo-Zacapuaxtlas ataviados con el traje típico, sombrero y huaraches. Nos estábamos acomodando para comenzar el desfile; cuando de repente llegó un camión con más de 50 verdaderos Zacapuaxtlas. Hombres jóvenes y viejos con su traje, sombrero y huaraches. Su piel morena quemada por el sol, su cara dura, sus pies resecos y callosos. Conforme iban bajando, las miradas de ambos contingentes se mezclaron entre sorpresa y asombro; y otras tantas con morbo. Por algunos momentos pasó por mi mente: ¡ahorita se van a armar los chingadazos! Rápidamente se organizaron, adoptaron su formación y a una orden de su comandante sacaron los machetes. Como no nos quisimos quedar atrás también sacamos los nuestros. Lo bueno que en ese momento comenzó el desfile y no hubo tiempo para comenzar la batalla.   

            Muchos años después de este evento, hoy en diciembre del 2024 vuelvo a tener un machete en mis manos, solo para limpiar el jardín. 

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