El Peón

Yo soy el soldado de Infantería. Pertenezco a uno de los dos ejércitos que se enfrentan en un tablero de ajedrez. Sirvo a mi Rey y Reina junto con dos alfiles, dos caballos, dos torres y conmigo, ocho peones que formamos la línea avanzada; ¡recorreremos paso a paso blancos días y negras noches, siempre hacia el frente!

Ha comenzado la partida y estoy en la línea cuatro, al frente de mi Rey blanco. Mi primera misión: comenzar a dominar el centro de la batalla. El ejército negro responde con la misma jugada. Dos peones frente a frente hemos definido la táctica de una partida abierta; las damas, los alfiles de rey y caballos toman posiciones estratégicas en las líneas y columnas.

Este “juego” es una guerra interna entre dos mentes que ponen a prueba su estrategia y una táctica llena de pasión y audacia, valor y cobardía; vida y muerte. El espacio infinito de posibilidades que se pueden crear en un tablero ajedrezado de sesenta y cuatro escaques intercalados de colores negro y blanco, hace que sea interesante y seductor. El ajedrez es disciplina, imaginación, poder y ruina. Es tan poderoso que antes y después de jugar la adrenalina se vive, se disfruta y se sufre.

Todas las piezas tienen su propio poder; sin embargo, a pesar de que nosotros los peones solo valemos un punto, somos especiales: si llegamos a la octava línea podremos coronarnos y convertirnos hasta en una Reina.

El peor enemigo de un jugador de ajedrez es el tiempo, sí, esa dimensión que marca la sucesión de jugadas realizadas hasta llegar al final: el jaque mate, la rendición o un empate.

El tic tac del reloj sigue su marcha. Es media partida y no he podido avanzar; nuestra posición es fuerte, estoy apoyado por el peón de alfil de mi Rey; sin embargo, me acecha un alfil negro. La carga de caballería se acerca: un caballo blanco ha logrado quitar del camino al peón del Rey negro. Aunque el peligro es inminente; ya he escuchado varias amenazas de jaque a mi Rey.

Se acerca el final de la partida y hemos tenido muchas bajas; las líneas, columnas y diagonales que al principio irradiaban, ahora están vacías y opacas por la batalla. Al Rey negro le quedan pocas piezas; entre ellas, un alfil junto a él que lo defiende y una torre que protege a distancia al peón blanco que está a punto de coronarse. Yo, el peón central, estoy en la línea cinco. El tiempo corre; le toca mover al ejército negro, pero no puede coronar su peón. De repente, el Rey enemigo se da cuenta que estoy solo y le ordena a su torre negra terminar con mi viaje … y el juego de la vida sigue.

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