
La entrada al comienzo
Entre la diacronía y sincronía, comidas favoritas y su resignificación; la primera semana de clases comenzó a todo vapor. Poco a poco un grupo de entusiastas estudiantes comenzamos a conocernos y compartir nuestros gustos, deseos y aspiraciones.
Una de las primeras impresiones (por cierto, muy gratificante) es la coincidencia que existe entre los profesores, en el sentido que todos en la primera clase; además de darnos a conocer sus respectivos planes de trabajo para la materia y poner las cartas sobre la mesa: puntualidad, asistencia, responsabilidad y forma de trabajo. Cada uno, con su propio estilo nos motivaron a superarnos de forma individual y a integrarnos a la comunidad universitaria.
¡Ah! ¡las imágenes!
Esas cosas que empiezan por dentro y salen de por ahí entre ensueños o epifanías para brindarnos un sinfín de sentimientos que van desde alegrías hasta tristezas, pasando por los puentes de nuestra propia historia.
Comenzamos con el ensayo del gran visionario Walter Benjamín “Una breve historia de la fotografía” (1931).
Este ensayo de Benjamín ofrece herramientas fundamentales para comprender el valor único de las imágenes personales y la metamorfosis del lenguaje visual en este siglo XXI y la era de la inteligencia artificial.
Esta “pequeña historia” llena de metáforas, me transportó a mi propia travesía con la fotografía. Uno de mis primeros retratos tal vez hecho por mi padre con una cámara de rollo y un fondo improvisado (sin cortinas), que al paso del tiempo tanto él en su momento como yo en el ahora nos sorprendemos de ese instante fugaz plasmado en un papel y cuya imagen en blanco y negro hace perdurar mi peculiar infancia.
Así como en la actualidad una pintura tiene un gran valor en la sociedad debido a su contexto histórico, autoría o estética, la imagen de mi infancia tiene un valor incalculable para mí, aunque solo sea un simple papel viejo. Una pintura o fotografía perderá su valor cuando la misma sociedad lo decida; el valor de mi imagen infantil se desvanecerá cuando el retratado y su efímera existencia desaparezcan, como la fugacidad de un papel desaparece al poder del fuego. Modos de ver. Polisemia al fin, la existencia y el significado.
Por otro lado, el concepto de “Aura” al que se refiere el autor es aplicable a ese niño con sus pelotas: es un momento único e irrepetible en el espacio y tiempo, su historia particular y su transmisión de mano en mano -de mi padre hacia mí- le confieren esa cualidad. Cabe aclarar que, en este caso, no se cumplen los largos tiempos de exposición que caracterizaban las primeras fotografías, pero la esencia de lo irreproducible permanece.
Sin principio ni final…
Retomando la pregunta del autor. ¿Pero qué es propiamente el aura? Como fotógrafo de paisaje, he experimentado con la técnica de larga exposición. Y desde mucho antes del clic, en una noche estrellada, comienza a crearse esa magia del significado escondido. Un sotolin estira sus ramas cuales brazos buscando una Vía Láctea que le escuche, y quizás, por medio del silencio del viento, le responda en su propio idioma. Para mí, esta imagen es esa aura surrealista; una nueva lectura a la pregunta de Benjamín y un inagotable momento de reflexión.
La línea del tiempo de la humanidad sigue ciclos que se “repiten” con sus variantes técnicas debido a los nuevos inventos. Me explico: Los pintores se basaban en modelos y, en ocasiones creaban sus obras solo a partir de una breve descripción verbal del cliente. Luego llegó la fotografía y, como en otros inventos siempre hay detractores y escépticos. A casi 200 años, se pueden volver a crear imágenes desde las palabras, pero ahora con un instrumento que no se llama cámara fotográfica, sino ordenador, y con un software conocido como Inteligencia Artificial.
Más preguntas…
Surgen nuevas preguntas que resuenan y desafían el ensayo de Benjamín: ¿sigue existiendo un “aura” en las imágenes generadas algorítmicamente?, ¿hay un “aquí y ahora” único, o se pierde en la propia sobreabundancia y posible censura de las excesivas imágenes existentes?, ¿qué pasa con la responsabilidad de crear y aprender a leer (qué se ve y cómo se ven) las imágenes?, ¿la carga simbólica de una imagen desaparece o solo se transforma?; y si es así, ¿hasta qué punto?
Los eternos Analfabetos…
El concepto de “analfabeto” en la imagen también está evolucionando, como enfatiza el texto: primero fue la escritura, ahora las imágenes. En un futuro no muy lejano, seguiremos siendo analfabetos, con los riesgos que generan los propios algoritmos. La tecnología del futuro, nos obligará a redefinir constantemente nuestra alfabetización visual y crítica.
¿Y qué onda con Edgar Morin?
En esa misma sintonía, Edgar Morín con su libro “El cine o el hombre imaginario” (1956) nos habla de los diversos inventos que se sucedieron a través de la historia del cine y su visión
El mundo se encontraba en posguerra y la Guerra Fría definía el panorama mundial. En ese tiempo, el autor con su obra, buscaba abordar el cine desde un punto de vista filosófico. El vuelo histórico de los hermanos Wright ocurrió en 1903, dando inicio a la aviación moderna. Morin compara estos dos inventos con un propósito común: convertir dos sueños en realidad: volar y trascender en el tiempo, desafiando así los límites de lo posible y lo real. El avión y el cinematógrafo “volaron” a nivel mundial, expandiendo la capacidad de los humanos para percibir e interactuar con su entorno.
Después de ser sueños, anhelos y curiosidades, pasaron a ser potencias industriales (como medios para viajar y de expresión) y económicas.
Convirtiendo sueños…
Si en los años treinta del siglo XIX, pintar con la luz (fotografía) era ya un progreso científico y técnico, el cine le dio movimiento con el juego de sombras y luces. Al proyectar las imágenes, además del placer de verlas, estas desafían la percepción cotidiana, creando un mundo paralelo (personal) con el poder de la ilusión; es decir, el cine vuelve problemático lo evidente. Los personajes (convertidos en fantasmas) y las situaciones (fantasías) son un espectáculo. El cine, mediante su magia, convierte los sueños en una “realidad”.
El famoso cuadro de René Magritte “La traición de las imágenes”; es una declaración sobre la naturaleza representativa del arte y cómo una imagen, por muy fiel que sea, no es la cosa real. Morin, al analizar la fotografía y el cinematógrafo, profundiza en esta misma idea. La pipa no es una pipa (solo una representación), y la imagen cinematográfica, aunque intensamente real, no es una realidad en sí. Ambas visiones son una realidad aumentada en espacios diferentes: un cuadro de 63 x 93 centímetros y una pantalla de 13 x 6 metros (existen medidas más grandes). Esta “doble impresión de la realidad” nos invita a cuestionar nuestra percepción de lo onírico y lo ilusorio de la representación, no la cosa en sí. Magritte juega con la idea del “doble” con espejos, reflejos o figuras idénticas; mientras que Morin dice que el cine “activa el doble” en la mente del espectador y al desdoblar la imagen de los objetos. Esta capacidad de duplicidad y versión alternativa de la realidad es un punto de convergencia entre ambos autores. Incluso, esa “doble impresión” puede crear una hiperrealidad, lo que hace al cine más fascinante.
Y en la actualidad…
Seguido escucho frases como: “tómame mi mejor perfil”, “eres fotogénico/a” y/o “te ves diferente en foto y en video”. La mera apariencia del objeto o sujeto real, trasciende en una cualidad única (antes no era evidente) que emerge del objetivo de la cámara fotográfica o el cinematógrafo, exaltando la imagen y generando una resonancia emocional y estética en el espectador. Esa emoción o ternura que se generaba dándole cualidades (no solo forma) al objeto o persona ha sido intensificada a través del sinfín de filtros que existen. Solo es cuestión de hojear el libro del maestro Óscar Colorado “Instagram, el ojo del mundo: las seducciones de la app que ha revolucionado la fotografía en la era de los medios sociales.” Esta aplicación, desde hace un tiempo ya ha incluido el formato de video.
Compartiendo experiencias…
En el año 2012, me encontraba en Torreón, Coahuila. El 13 de septiembre realicé una sesión fotográfica a 150 personas (acompañadas de algún familiar), una semana después llegó a mi puerta una señora solicitándome que le entregara la foto de su esposo. Al hacerlo me comentó: Esta es la última foto que se tomó en vida.
Yo mismo, he vivido en carne propia el significado de esa “carga mística”. Al partir mi madre, una hija y mi esposa a otro espacio y tiempo, conservo fotografías e imágenes que mantienen su presencia en mi mente y establecen una conexión con la inmortalidad. Su recuerdo tiene un valor emocional y un punto de contacto más allá de lo puramente físico y del tiempo.
Una fotografía es un arma que se tiene para desafiar la efímera vida y la inevitable muerte.